Los días en el paraíso son distintos a los de la historia. La diferencia más importante, es la forma de percibir el tiempo. Aquí en el dominio de los hombres, reina la idea de un tiempo lineal, es decir, un tiempo donde los nombres quedan en la memoria y se van sucediendo como en un camino. Se trata de un mundo con principio y fin. En él las cosas se originan, deterioran y luego polvo. Los días se suman unos a otros y el tiempo pasa rápido, al punto, que se divide y se cuenta hasta la milésima parte de un instante. Todo se cuenta: las distancias, los volúmenes, los Reyes. El mundo de los hombres se llama historia y nace y muere como éste. Es consecuencia del pecado de conocer; es la soberbia de recordar. Es un mundo condenado al fin.
En cambio, el paraíso se trata de un acto aquí y ahora. El tiempo es un camino circular y se rige por la naturaleza: es verano, es otoño, es primavera y luego otra vez verano. Las cosas no terminan, sino que se suceden eternamente, en un camino de transformaciones. El tiempo es eterno y todos los días son el día y las estaciones siempre vuelven igual. Los años no se cuentan, es más, no se nombra pues lo vital se renueva y es fértil. ¡La música de Dios dibuja todas las cosas! ¡Todos bailan la creación! Pero nadie reina, solo el silencio, que es la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario