miércoles, 6 de junio de 2012

Un Bradbury por otro Bradbury


Su tema era el hombre, la mitología humana, nos llevaba muy lejos por el espacio y el tiempo para que nos reconociéramos en la sombra de un extraterrestre, o en la agonía de una ciudad inteligente perdida en el espacio. Me acuerdo de un cuento en el que un astronauta llega a un planeta lejano y se entera que Jesús acababa de irse tras dejar su mensaje de amor. El hombre decide salir a buscarlo por el espacio pero el narrador sabe que no importa cuantos planetas visite siempre llegara un instante después de su partida.

Recuerdo al hombre ilustrado, saturada su piel de imágenes, de visiones del pasado y el futuro. Recuerdo una habitación con niños que piensan en leones que se comen a sus padres. Recuerdo las quemas de libros, la agonía final de los seres literarios exiliados del planeta. Recuerdo su obsesión por los libros por sobre todas las cosas. Temía un futuro sin literatura, un futuro sin fiestas de navidad ni años nuevos, donde todos los días son iguales, donde el hogar ha desaparecido.

Mi padre me inculco el amor por dos escritores Borges y Ray Bradbury. A los 11 años me intrigaba el futuro, veía en la ciencia ficción respuestas metafísicas sobre el porvenir humano, le daba a esas historias el estatuto de revelación. Fue por esa época que mi papá me prometió un regalo especial para mi cumpleaños, se trataba de un libro que consideraba esencial y que me recomendaba leer con atención. Hoy guardo en mi biblioteca un ejemplar de El hombre ilustrado que mi papá me lego, fue el primer libro de lectura madura que hice de mi propiedad. Años después en una navidad le regale a mi viejo una copia de Las doradas manzanas del sol con una dedicatoria que decía más o menos así: “Un libro de Ray Bradbury a cambio de un libro de Ray Bradbury que recibí hace muchos años. De Picasso para Picasso, de ida y de vuelta el circulo se cierra”. Supe luego que al ojear el libro mi padre soltó algunas lagrimas.

A. Federico Pciasso